La Restauración Conservadora


Por Francisco Febres Cordero,

Lo que digo se ha dicho ya. Quizás yo añada solo algún nuevo elemento.

¡Uf la restauración conservadora! No solo que es contraria al proceso de la revolución sino que busca volver al pasado, a esa época oscura en que a todo aquel que protestaba se lo acusaba de terrorista y se le metía preso por ocho años.

Una época en que el mandamás dominaba la justicia y ordenaba a los jueces que sancionaran a quien había osado oponerse a su sacrosanta, omnímoda voluntad. También el mandatario controlaba el poder Legislativo y los asambleístas, con solo alzar la mano, no hacían más que aprobar las leyes que les llegaban redactadas desde la presidencia de la República.

Se quiere regresar a la época del oscurantismo, en que, por ejemplo, a las legisladoras que tenían una posición distinta a la del presidente en asuntos como el aborto, se les hacía callar y se las sancionaba por herejes.

El miedo, poco a poco, ganaba todos los espacios y los áulicos del mandatario imitaban su prepotencia. Se utilizaban los bienes del Estado como si fueran propios, a falta de organismos que exigieran rendición de cuentas. El pudor fue una palabra que la costumbre terminó por eliminar del diccionario.

Era tan tenebrosa esa época, que se crearon leyes y se establecieron tribunales para tener sometida a la prensa, bajo el argumento de que la única voz válida era aquella que salía de la boca del autócrata.
Época del milagro ecuatoriano en que, por arte del birlibirloque, se transformaba una asonada policial en golpe de Estado, un ministro se sacaba de su chistera la pócima para el buen vivir, y dos asesores de otro hacían desaparecer los cheques del soborno, engulléndolos.

En esas épocas conservadoras a las que se quiere retornar, no se sancionaban los negociados ni los enriquecimientos ilícitos y, por ejemplo, quedaban impunes los funcionarios que dejaban que en las valijas diplomáticas viajara droga hacia países extranjeros; también se permitía que un burócrata cogido en falta volara a Miami para el matrimonio de su hijito, y nunca más volviera. Las fortunas brotaban como por encanto y el enriquecimiento de funcionarios públicos se producía a vista y paciencia de todos. El nepotismo florecía como lirio en aguacero y marido, mujer, hijos, papitos y mamitas conservaban, conservadoramente, sus empleos públicos sin resquemor ni rubor.

El presidente de la República en esa etapa nefasta para la historia, no era tal sino un autócrata que modificaba la Constitución a su sabor y quería, además, prorrogarse en el poder indefinidamente. Tenía dos aviones y dos helicópteros a su disposición, vivía rodeado de una guardia pretoriana y cada desplazamiento al exterior lo hacía con un séquito en que iban desde ministros hasta cantantes. Disponía de un aparato de comunicación poderosísimo, con radios, periódicos y televisión a su servicio y, como si eso fuera poco, bombardeaba con cadenas nacionales para pregonar sus magnas obras y acanallar a sus opositores, quienes también sufrían el escarnio en las famosas sabatinas, a través de las cuales hablaba durante tres horas ininterrumpidas y sus insultos bramaban sin sujeción a esas leyes que regían solo para los demás, no para él.

¡Qué horrible esa etapa conservadora! Con razón el excelentísimo señor presidente de la República no quiere que se restaure.

Tomado del Diario El Universo